Publicado en Miércoles, 22 Mayo 2013 12:00 Escrito por Miguel Huertas Maestro
La
mejora de la medicina alargará la vida humana, pero la mejora de las
condiciones sociales permitirá lograr ese fin más rápidamente y con
mayor éxito… La receta se puede resumir así: democracia plena y sin
restricciones”,
RUDOLF VIRCHOW
Virchow, el autor de esa cita, no fue
ningún militante de la izquierda revolucionaria, sino un científico,
responsable entre otras cosas del concepto de proceso patológico que se
emplea hoy en día. En su práctica profesional defendió firmemente la
existencia de una estrecha relación entre el proceso salud-enfermedad y
las condiciones económicas y sociales, afirmando que “la política es
medicina a gran escala”.
No se puede negar la brutal ofensiva del
capitalismo sobre el derecho a la salud, especialmente en estos
tiempos. El proceso de degeneración y privatización de la sanidad
pública es parte de un proceso más amplio de deterioro de las
condiciones de salud y vida, como consecuencia del paro y miseria
masivos, que son resultado del monstruoso saqueo de la oligarquía
(especialmente financiera) sobre el pueblo trabajador. Es cierto que el
gobierno del PP representa ahora el papel de verdugo de todos nuestros
derechos sociales, pero es imprescindible tener en cuenta que el proceso
de desintegración de la sanidad pública comienza más atrás: de la mano
del PP, pero también del PSOE y de las derechas nacionalistas, con la
aprobación de la Ley 15/97, la bisagra legal que permite la oleada de
privatizaciones que sacude nuestros derechos fundamentales. Por un lado,
se pasa a manos privadas todo lo que sea rentable y, por otro, se
deteriora lo más posible la sanidad pública, sobre todo tras la Reforma
Constitucional promovida por el PSOE y apoyada por el PP y las derechas
nacionalistas, por la cual se establece la “prioridad absoluta del pago
de la deuda” por encima de cualquier otra necesidad. Esto revela que la
cuestión fundamental no es el partido que gobierne, sino si el Estado
sirve a la minoría que tiene el poder económico o a la amplia mayoría
popular y, sobre todo, si el sistema socioeconómico está construido para
beneficio de unos pocos o planificado para cubrir todas las necesidades
sociales.
El proyecto para una nueva ley del
aborto, que pretende volver a una fórmula de “supuestos”, sólo es otra
faceta del mismo proceso de destrucción de los derechos sociales
conquistados por las luchas de aquellos y aquellas que nos precedieron.
Con este proyecto de ley se pretende volver al pasado, un pasado más
oscuro en el que el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos
se “clinicaliza”, arrastrando su dignidad y la dignidad profesional de
las trabajadoras y trabajadores de la salud mental que son obligados a
adoptar un papel de “juez” que no les corresponde. Como bien refleja el
último número de la revista de la Asociación Madrileña de Salud Mental,
esta dignidad profesional queda aún más vulnerada, dado que este
personal sanitario avalará la posibilidad de una práctica que sólo podrá
ser realizada en la sanidad privada.
El proyecto de ley de aborto y el
intento por parte del Estado de recuperar el concepto de “peligrosidad
social”, aunque son temas de vibrante actualidad, no son nada nuevo en
el panorama de la lucha de clases. El intento por parte del poder
establecido de controlar reivindicaciones sociales y políticas
haciéndolas pasar por el aro de la salud mental es un viejo truco que ya
pudimos ver en los años de posguerra de la mano del psiquiatra fascista
Vallejo Nágera. Este personaje, buen ejemplo de que el campo de la
salud -al igual que cualquier otra disciplina- está atravesado por
cuestiones políticas y al servicio del Estado, teorizaba sobre la
posibilidad de que las convicciones de izquierdas estuviesen causadas
por una malformación orgánica o disfunción constitucional, además de
considerar que las mujeres políticamente comprometidas o simplemente
insumisas sufrían un tipo de retraso mental.
Este mismo tipo de control a través de
la salud mental, aunque más sutil e incluso invisible para la gran
mayoría de pacientes y profesionales, podemos observarlo en la práctica
clínica diaria. Cualquier estadística de estos últimos tiempos o de otra
de las crisis cíclicas del capitalismo, muestra que a medida que
empeoran las condiciones de vida de la amplia mayoría trabajadora
(cuatro millones de parados sin ningún tipo de subsidio, desempleo
juvenil por las nubes, hipotecas imposibles de pagar que llevan al drama
del desahucio), aumenta el número de trastornos mentales registrados.
Entre estos trastornos, los casos de depresión y suicidio son los más
llamativos: su origen es claramente social, pero su “solución” es de
tipo individual. Los elementos que son la base del trastorno (los
problemas sociales y económicos) son considerados como inmutables y el
tratamiento pasa, cada vez más, por la administración de psicofármacos.
¿Qué ocurriría si la “solución” para este tipo de problemas en lugar de
centrarse en tratamientos individuales y medicalizados, fuese una
solución de tipo colectivo que pasase por la lucha social?
Desde siempre nos han estado
bombardeando con su ideología, desde sus medios de comunicación, sus
institutos, sus universidades… Una ideología que nos intenta convencer
de lo absurdo: de que las cosas no se pueden cambiar, de que nuestras
luchas (y por tanto nosotros y nosotras) no tienen conexión entre sí, y
de que todo proceso sigue un desarrollo progresivo y lineal.
Todo es FALSO.
Nada es estático o inmutable.
Todo lo contrario: las cosas de nuestro alrededor son dinámicas y están
en continuo desarrollo, algo especialmente importante en el caso de los
problemas sociales y que lleva a la conclusión de que es posible forjar
alternativas, construir una voluntad colectiva que cambie el curso de
los acontecimientos (aunque lo intenten impedir por todos sus medios).
Todo está interrelacionado.
Las luchas están actualmente aisladas o, en el mejor de los casos,
débilmente conectadas. Las Mareas (mareadas) Verde y Blanca no hacen
mucho más aparte de gastar sus recursos humanos sin mucha eficacia, y en
el centro de este problema está el hecho de que ambas luchas se siguen
viendo como dos elementos separados, en lugar de verse como partes que
componen algo más grande. La lucha contra la privatización de los
servicios públicos y contra los recortes en derechos sociales tampoco es
diferente de la lucha contra los desahucios, un problema terrible que
está causando y causará cada vez más muertes, siendo el Estado español
(y el sistema capitalista al que sirve) culpable de asesinato social.
Todas las luchas sectoriales o locales (contra la LOMCE, contra la
privatización de la Sanidad y la ley 15/97, contra Eurovegas…) son
facetas de la misma gran batalla: la que el pueblo trabajador libra
contra el sistema que nos explota y el Estado que nos oprime. La
creación de una asamblea en un centro de estudios o centro sanitario,
aunque sea modesta en cuanto a número, es más positiva que un millar de
asistentes adicionales a la próxima convocatoria-procesión de las
Mareas. Si somos capaces de conseguir que las diferentes formas de
auto-organización de trabajadores y trabajadoras, estudiantes, o
personas afectadas (pacientes, familiares), se coordinen de forma
efectiva para la lucha, habremos conseguido más de lo que ninguna Marea
logrará nunca.
Más allá de las fronteras legales del
Estado español, la lucha sigue siendo una misma, dado que la crisis
estructural del capitalismo (y por tanto la ofensiva que lanza contra
los y las trabajadoras) es de escala mundial: a finales de Abril, la
Policía entraba en las Facultades del campus de Somosaguas de la
Universidad Complutense para reprimir a estudiantes que ejercían su
legítimo derecho a huelga; paralelamente, en Buenos Aires, los
antidisturbios cargaban para disolver la protesta de profesionales,
pacientes y familiares en el hospital psiquiátrico Borda con el saldo de
diecisiete heridos.
Incluso el proyecto de la ley del aborto
y la Reforma Laboral (y sus predecesoras) obedecen al mismo objetivo:
afianzar ante la crisis los pilares de opresión de clase y opresión
patriarcal que sustentan el sistema capitalista.
Todo desarrollo nace del conflicto. La falsedad del “progreso” y del desarrollo lineal de la Historia (según el cual cuanto más reciente, mejor)
es evidente cuando abrimos los ojos y vemos la que se nos viene encima:
una norma que legaliza de nuevo la total tutela estatal sobre los
cuerpos de las mujeres y que nos traslada treinta años atrás, el
concepto de peligrosidad social de la dictadura franquista, condiciones
laborales cada vez más parecidas a las que había a principios del siglo
XX… El progreso no existe, todo es un tira y afloja: la lucha de clases.
Las luchas del pasado conquistaron nuestros derechos, y la lucha (o
ausencia de lucha) del presente decidirá nuestro destino.
El capitalismo es una patología
socioeconómica que chorrea hacia abajo y nos destruye, por lo tanto, la
cura estará en una vuelta en orden: en cambiar de sistema.
Todas las luchas son la misma lucha.
Y la lucha es el único camino.
ATTAC Málaga no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.