lunes, 29 de abril de 2013


ATTAC Andalucía llama a secundar las manifestaciones del 1º de Mayo

28 abril 2013


1-mayo




Declaración de ATTAC Andalucía.

La Asamblea de ATTAC Andalucía, reunida durante el pasado fin de semana, llama a secundar las manifestaciones del 1 de Mayo y a recuperar el espíritu del lucha y reivindicación de esta jornada.
Las políticas neoliberales han robado todas las conquistas del Movimiento Obrero a los largo de más de cien años de lucha. Lo que fue un día para reivindicar la jornada de ocho horas vuelve a ser necesaria, y los mártires de Chicago se deben revolver en sus tumbas ante tanto retroceso. La contrarreforma laboral está provocando paro, despidos y más horas de trabajo para las ciudadanas y ciudadanos que todavía lo conservan. Cada vez menos servicios públicos y más privatizaciones significa también cada vez más desempleo.
Todo el dinero público se utiliza para rescatar bancos privados y pagar deuda a los mismos bancos rescatados a nuestra costa. Los bancos tienen derechos, la deuda tiene derechos, sin embargo las personas no tenemos derechos. La traición de la reforma constitucional del articulo 135 de la Constitución nos ha dejado inermes frente a los banqueros y las gran patronal.
Por todo ello, el 1 de Mayo todas y todos a la calle.
No hay más solución que las movilizaciones y la protesta masiva y contundente. Seamos parados o activos y con más razón si somos desempleados o jóvenes sin futuro y sin derecho a pensión, no lo pensemos: A la calle!!

ATTAC Andalucía movimiento ciudadano internacional, con el movimiento obrero.

domingo, 28 de abril de 2013


El derrumbe moral del mundo



Ha vuelto a suceder, no es la primera vez y, por desgracia, no será la última. Puede que el número de muertos llegue a varios centenares y los heridos pase el millar. Fue en Bangladesh, como podría haber sido en India, en Pakistan, en Vietnam, en Thailandia o en China. No se trata de una fatalidad, tampoco de una mala coincidencia, se trata de un crimen, un crimen que tiene culpables y cómplices y que hay que investigar para que se esclarezcan los hechos y no vuelva a repetirse. El crimen se cometen con la ley en la mano, con la ley de unos países que apenas son capaces de hacerla cumplir, pero con la ley en la mano. Los culpables, de forma sistemática, salen indemnes y las víctimas siguen aumentando cada año. Mientras, muchos buenos hombres siguen callando y ese mal es superior al mal que comenten algunos pocos malos hombres. Los abogados, pagados con el dinero que genera el crimen, son capaces de abrir una sima legal entre los hechos y sus causas, y sobre esa sima se extiende el abismo en el que Occidente fragua su declive moral, el derrumbe de lo que nos hace humanos.

Dicen algunas crónicas que entre los restos pueden verse etiquetas de ropa de grades marcas conocidas por todas, algunas de ellas españolas. El edificio colapsado albergaba cuatro fábricas donde, en condiciones propias de las galeras de presos, trabajadoras que en su mayoría no superan los 14 años, se afanan por tejer las ropas que lucirán en los escaparates de cualquier capital que se precie. Los consumidores, muy sesudos en sus análisis de coste y beneficio, sopesarán el género, calcularán el coste de oportunidad y adquirirán aquellas prendas tan económicas a las que están acostumbrados, sin cuestionar ni por un segundo cómo ha llegado aquella prenda allí, qué sudor ha sido necesario, qué sueños truncados impregnan sus costuras, qué estructura ha permitido que pueda vestir con elegancia su marca favorita. El consumidor no dudará en mediar el precio y la calidad, pero no parará ni un segundo en sopesar el coste moral de aquella compra. Ni sabe ni quiere saber que las grande compañías, entre ellas la archiconocida Zara, tiene toda su producción en países con legislaciones laborales laxas que permiten a sus empresarios locales jornadas laborales de más de 12 horas durante los siete días de la semana por salarios de miseria y en unas condiciones que convierten el simple oxígeno en un lujo al alcance únicamente de los encargados de la fábrica. Las niñas, porque son niñas en su mayoría, deben trabajar en posturas incómodas, con un aire viciado y durante interminables jornadas. A esto se une que los locales no están capacitados para soportar el peso de la maquinaria y las personas que se hacinan allí. El cocktel mortal está servido. El tiempo hace el resto.

Los culpables son los dueños de las empresas multinacionales que buscan el menor coste para su producto, los sistemas legales y políticos de esos mismos países que consiente que se cometa un delito que en su país estaría perseguido, los políticos y sistemas legales de los países productores que se dejan ensuciar con la corrupción organizada por las multinacionales y los mismos empresarios locales que no tienen ningún escrúpulo en exponer la vida de tantos seres humanos. Esos son los culpables, pero también hay responsables. En la página 215 de No podéis servir a dos amos digo exactamente esto: "Si hoy puedo saber lo que sucede en cualquier lugar del mundo y puedo tener certeza de por qué sucede, soy responsable moralmente de ello, en tanto en cuanto no hago nada que lo evite o mitigue, como es el caso de la ropa que las multinacionales producen en países subdesarrollados con mano de obra esclava infantil. Si yo adquiero esas prendas soy cómplice de ese mismo crimen". Efectivamente, hoy somos responsables de que se siga cometiendo ese crimen, pero además somos cómplices, puesto que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Velis nolis tienes la opción de saber qué sucede, si no lo haces es por que prefieres cerrar los ojos y seguir como si tal cosa. Eso te hace cómplice del crimen. La próxima vez que mueran cientos de trabajadoras en una maquila como la de Bangladesh, no preguntes cómo ha podido suceder, ya lo sabes: cuando compras esa ropa prolongas la agonía y te haces cómplice del crimen que se está cometiendo.

Blog personal: http://bernardoperezandreo.blogspot.com.es/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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martes, 23 de abril de 2013

¿Dónde está la izquierda?


Por Concha Caballero
No sé cuándo me he mudado, pero últimamente vivo en un país que no conozco. Me levanto con la situación de extrañeza que provoca estar en un lugar desconocido. Enciendo la radio y todos los días me ofrecen nuevos motivos para el desaliento.
No soy de las que encuentran en esta aventura equinoccial, en este lento naufragio de sueños, en esta aventura de desdichas ninguna confirmación a su pensamiento. Para ser de izquierdas no necesito un capitalismo superexplotador y despendolado, me basta con la injusticia, con la apropiación de las ganancias, con el trato desigual al ser humano. No necesito el espectáculo de los desahucios, la odisea desesperanzada de seis millones de personas, ni los jóvenes atrapados entre la tecnología del siglo XXI y un modelo laboral del XIX.
Para ser republicana, no necesito más que una conciencia democrática avanzada, un ideal educativo, y la más elemental simetría de que todos los poderes públicos deben ser elegidos. No necesito para ser republicana, las fotos obscenas del elefante abatido en sus dominios, de una princesa imputada por una causa de corrupción, de una realeza sentada en el banquillo de los acusados.
Para ser ecologista me basta ser consciente de los límites del planeta, de la insostenibilidad de nuestro sistema. No necesito que estallen las centrales nucleares, ni que para la extracción de las riquezas ocultas del planeta se empleen técnicas cada vez más agresivas, nos hagan “fracking” y fracturen nuestros subsuelo, envenenen nuestras aguas o nos regalen terremotos.
Para ser feminista no necesito que ninguna mujer sea asesinada, degollada, apuñalada, tiroteada, me basta con mirar a mi alrededor y ver los techos, algunos de cristal y otros de cemento armado con que taponan los sueños de las mujeres. Nunca pensé que volvería a discutir sobre la violencia de género, ni que los titulares de sus asesinatos se volvieran melifluos, impersonales, desprovistos de sentido, como si la muerte fuese un accidente atmosférico. No es necesario que me indignen bajo el título engañoso de “Muere una mujer en Castellón”, “Encontrada muerta una mujer en Valencia” o que en el caso del asesinato de una niña de 13 años de El Salobral, cierta prensa nos hable del “extraño amor que la condujo a la muerte”. Realmente no lo necesito.
No necesito para estar contra la corrupción que me roben millones. Me basta con que se apropien de un euro, con que enchufen a un familiar, con que no usen con austeridad el dinero público. No me hace falta llenar el vaso de la indignación con esta sinfonía de mangantes, de cavernícolas y de traficantes.
En algunos momentos me parece estar asistiendo a una función teatral antigua, donde los actores son excesivamente histriónicos. Realmente no era necesaria esta sobreactuación para convencerme de su maldad. Frente a esto, no encuentro la izquierda necesaria, la explicación justa, la propuesta adecuada. La izquierda socialdemócrata duerme empozoñada en el sueño de la culpa, como Raskolnikov todavía está dilucidando el origen de su crimen. El resto de la izquierda flota en el océano de la autocomplacencia. “Ya lo dije”, viene a ser su discurso. Creen que cada noticia está hecha a la medida y que el cambio está cantado. Según ellos, del descrédito de la monarquía saldrá una generación de republicanos conscientes; del abuso bancario, una ola de igualitarismo y de justicia; de la corrupción política, el definitivo entierro del bipartidismo. Se miran en el espejo de las redes sociales y estas les devuelven su propia imagen. Creen que un trending topic es una mayoría social garantizada. Pero cuando las crisis son tan profundas como la actual la mayoría social se agarra a sus prejuicios, a sus miedos y a las explicaciones simplistas. De los países descorazonados no surgen cambios alentadores, sino quimeras de consolación, estallidos sin sentido, profetas y visionarios que cabalgan sobre la indignación ciudadana, a no ser que la izquierda sea capaz de levantar un relato creíble y un deseo compartido de cambio social.
ATTAC Málaga no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.

lunes, 22 de abril de 2013

Esto es capitalismo y somos clase trabajadora


Por: Beatriz Gimeno 
Durante años nos hicieron creer que todos eramos clase media. Es cierto que viviamos mucho mejor que nuestros padres y no digamos que nuestros abuelos, es cierto que viviamos instalados en cierta prosperidad (aunque jamas alcanzo a todos), pero el aumento del consumo funciono como un cebo que hizo creer a practicamente todo el mundo que tenian control sobre sus vidas, caracteristica de la clase media. Casi parecia no existir la clase trabajadora. Convencer a la gente que pertenece a la deseada clase media tiene el objetivo de enmascarar sus verdaderos intereses para que asi puedan apoyar politicas que, en realidad, les perjudican; al perder la conciencia del lugar social al que se pertenece se reduce o se hace desaparecer el antagonismo de clase y asi, los trabajadores mas acomodados, en lugar de sentirse explotados por los poderosos se sienten amenazados por los que aun son mas pobres que ellos. Se trata de enmascarar en lo posible las diferencias sociales, la desigualdad, sus causas y consecuencias. Si uno no sabe donde esta mal puede entender nada.
Todo ese espejismo se ha sostenido en las últimas décadas sobre la ficción del precio de la vivienda, que hacía pensar a las familias que tener una casa, aunque fuera hipotecada, era tener un bien que subía de precio al día siguiente de comprarlo y que no dejaría de subir indefinidamente. El estallido de la burbuja estalló también esa ilusión, entre otras cosas porque la inmensa mayoría de las personas no estaban comprando un piso sino adquiriendo una deuda impagable, aunque ellos no lo supieran. La supuesta propiedad de la vivienda y sus precios inflados enmascaraban en todo caso la realidad,  incluso en el momento más alto del boom las estadísticas eran persistentes: además del paro, el 60% de los salarios nunca superaron los mil euros o menos. El alto precio de la vivienda sólo beneficiaba, en realidad, a quienes, por tener otros bienes u otras viviendas, podían utilizar ésta como valor de cambio, para especular, pero no a quienes tenían que utilizarla para vivir y, peor aun, para quienes contraían deudas estratosféricas en relación con su salario real. El fin de la burbuja ha puesto de manifiesto la realidad y todos sabemos lo que ha ocurrido.
Ya sabemos que no somos clase media. Nunca lo fuimos. Pertenecen a la clase media aquellas personas que pueden mantenerse con sus propias rentas, aunque sean pequeñas; aquellas que no dependen absolutamente de un único salario para poder vivir, aquellas que en caso de quedarse sin trabajo pueden razonablemente esperar encontrar otro sin que su nivel de vida se vea alterado. Es decir, sí, pertenecen a la clase medias aquellas personas que tienen control sobre sus vidas. Todas aquellas otras personas, la inmensa mayoría, cuya única fuente de ingresos es el salario, sea este bajo, muy bajo o normal, están vendidas. Esta crisis ha demostrado lo fácil que es que cualquiera que dependa de un salario (y no digamos ya si además tiene una deuda con el banco) se deslicen, por quedarse sin aquel o por ver recortado su sueldo,  no ya hacia la clase trabajadora, de la que nunca han salido, sino directamente a la pobreza. Aunque la familia sigue siendo el gran colchón social, si una persona depende sólo de un salario que da únicamente para vivir, su vida no le pertenece enteramente ya que ésta puede ser convertida  como acabamos de ver, en una condena. Pueden bajar los salarios hasta el límite de la subsistencia o más abajo, pueden acabar con cualquier protección social, pueden despedirnos y dejarnos en la miseria, pueden precarizarnos, pueden convertir la vejez o la enfermedad en un infierno, pueden aterrarnos, someternos, explotarnos, pueden hacer que trabajemos gratis o a cambio de comida… Pueden hacer esto y hacerlo, además, de un día para otro. En eso consiste la lucha de clases, en eso ha consistido siempre y en eso estamos.  En que quienes no tenemos más que nuestro trabajo para vivir podamos tener control sobre nuestras vidas, que no puedan apropiarse otros de ellas, que no seamos cuerpos biológicos cuyo único valor es el productivo. En resumen: esto se llama capitalismo, somos la clase trabajadora convertida en masa laboral y la solución es simple y compleja y se conoce hace mucho: hay que combatir el capitalismo porque es injusto,  es inhumano y porque va a acabar con todo.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)


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