viernes, 8 de febrero de 2013

Distopías


Por Pedro Salas Rojo

Para invocar al demonio primero necesitas saber qué nombre tiene.
William Gibson

Una distopía, aunque aun no referenciada en la RAE, podemos definirla como la idea antagonista de una utopía. Es una realidad perversa, totalmente contraria a lo que podemos considerar como una sociedad ideal: la manipulación y el adoctrinamiento masivo del Estado (o ente gobernante) favorecen el control de las masas, empleando la coerción contra los rebeldes; todo ello bajo una apariencia paternalista y benevolente.
La palabra distopía había sido utilizada hasta ahora sobre todo en géneros de ciencia ficción, cobrando mucha importancia en el ciberpunk y derivados. El acceso a barbitúricos y a la dietilamida de ácido lisérgico por parte de numerosos autores entre los 70 y los 90 favorecieron la creación de estos mundos distópicos. Seguro que sabes de lo que hablo si recuerdas Matrix o Blade Runner... ¿aun no las has visto? si la respuesta es negativa, pero estás enganchad@ a Gandía Shore, es el momento de que dejes de leer el artículo.
En cualquier caso, el lector avispado habrá reparado en que la definición de la palabra que da nombre al artículo ya no hace referencia solo a ciencia ficción o a mundos futuristas: no es más que la pura realidad actual.
¿Podemos dudar de la manipulación del Estado? De todos los ejemplos que cada uno puede exponer nombraré a los medios de comunicación controlados por los grupos de poder, la distorsión de imágenes y noticias así como la represión de aquellos periodistas que ejercen de manera rebelde y libre su profesión. De PRISA a Intereconomía, pasando evidente y patéticamente por el sector informativo público.
Del uso de la coerción contra los rebeldes también podríamos traer numerosas románticas escenas, aunque prefiero nombrar las más recientes persecuciones en la plaza de Neptuno, donde un grupo de animales con placa defendió a capa y espada (o a porra y escudo) los derechos de la mayoría silenciosa, tal y como se encargó de recordarnos nuestro padresito, el presidente.
Sí, aquí abordamos la última premisa de la definición previamente dada. Mariano I el Bueno. Paternalista y benevolente, con su amable sonrisa permanente, siempre defendiendo y agradeciendo a la mayoría silenciosa su complicidad. Cada bajada de pantalones ante Merkel, cada felación al poder de los mercados, cada palo a unperroflauta o a un comunista son en loor de esa basura que nos han vendido como “bienestar general”.
Lo curioso de todo esto es que, tal y como ocurre en las “profecías” distópicas, la gran parte de la sociedad permanece adormecida ante tales atentados a su propia integridad humana. A pesar de ser lo primero que podemos pensar, dudo profundamente que esto sea debido a la famosa estupidez congénita humana, y por supuesto me opongo a la idea de supremacía intelectual por parte de los que conocen y analizan la realidad más allá de las apariencias. Debe haber algo más.
De hecho, hay muchas cosas más. La represión y la manipulación a lo largo de la historia han sido tales que hoy en día podemos ver reflejadas en prácticamente todas las facetas culturales y sociales sus consecuencias. La explicación la podemos encontrar en los experimentos sociológicos de Zimbardo, que demostraron que los individuos actúan conforme a lo que su grupo social y estatus dentro del mismo le presuponen, por lo que no es ilegítimo llegar a la conclusión de que siglos de (por ejemplo) patriarcado, servidumbre, barbarie y violencia han influido de forma determinante en la situación actual, atendiendo a todas sus dimensiones.
Esto tiene una consecuencia inmediata, que además no es positiva ni halagüeña: si el proceso de dominación, adormecimiento y desidia vital nos acompaña desde hace tanto tiempo el despertar es, en consecuencia, un proceso lento y pesado. Tal y como ocurre con el paso de la distopía actual a la utopía, nos encontramos en el polo opuesto del ideal; pretender cambiarlo todo de golpe recuerda a aquella frase de Lampedusa en El Gatopardo, donde habla de“cambiarlo todo para que nada cambie”.
Es sin duda una tarea hercúlea que tenemos la obligación moral de continuar, como herederos intelectuales de todas aquellas personas que dieron su vida en pos de un futuro distinto y más favorable para todas y todos.
Como primer paso para llevar a cabo nuestra tarea de acabar con esta distopía propongo lo siguiente: repensar y reutilizar el lenguaje. Gibson dice en el subtítulo del artículo que para poder invocar al demonio hay que saber su nombre. Nada más próximo a la realidad: debemos empezar a conceder la importancia que merecen a las palabras y a su significado. El lenguaje sexista, los eufemismos y los términos caducos que desde las es clases dominantes nos han impuesto, así como la represión a aquellas voces que ya no pueden volver a alzarse merecen nuestra más firme respuesta. La verdadera revolución y el verdadero despertar comenzarán cuando podamos comunicarnos de una manera plena, utilizando nuestro propio lenguaje. De este modo les arrebatemos una de sus herramientas más útiles de represión, convirtiéndola en un arma de libertad: la palabra.

Fuente: http://pedrosalasrojo.blogspot.com.es/2012/11/distopias.html

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